
Domingo de Ramos
Homilía del Cardenal Pironio
Is. 50,4-7 / Sal 21 / Flp 2,6-11 / Mt 26,3-5.14-27,66
De una homilía del 26
de marzo de 1972
Siempre la palabra del sacerdote para que sea válida y
fecunda y dé vida, tiene que ser sencillamente la Palabra del Señor, pero de
una manera muy particular en este día Domingo de las Palmas o de Pasión, o de
los Ramos, en que entramos en el santuario de la Semana Santa, la mejor palabra
es la Palabra del Señor. Hemos escuchado tres lecturas, las tres nos han
pintado lo mismo: Jesús, el servidor del Padre que entrega su vida para salvar
a los hombres; el misterio de la muerte, el misterio de la Resurrección de
Jesús. Entramos ahora en esta celebración. Yo quisiera que sobre todo la
lectura de la Pasión quedara resonando hoy y toda esta semana en nuestro
interior, por eso no quisiera empañar en lo más mínimo la sencillez del relato
evangélico, quisiera que el Espíritu Santo nomás nos hiciera gustar bien
profundamente esto que acabamos de escuchar y que nos ha conmovido por dentro y
sobre todo que nos ha comprometido.
Pero precisamente para eso, para que fraternalmente
nos comprometamos a responder a esta palabra de Jesús, yo quisiera hacer estas
tres preguntas:
1- ¿Qué significa
este Domingo de Pasión, de Ramos, de Palmas, y cómo nos compromete?
2- ¿Cómo hemos de
vivir esta semana verdaderamente santa y definitiva para nosotros y para la
historia?
3- ¿Qué puede
significar para mí la Pasión de Jesús en alguno de los personajes que aparecen
en el relato de la Pasión?
En primer lugar, ¿qué significa para mí este Domingo
de Ramos, de Palmas, de Pasión? Tenemos los ramos en las manos, los hemos
bendecido y tienen una doble significación. Es la expresión de que Jesús es lo
único que importa, que Jesús es el Señor, que Jesús es el Rey, es el dueño de
mi corazón, de mi familia, de mi casa, de la historia, del mundo. Al entrar
Cristo triunfalmente en Jerusalén, sabiendo sin embargo que este triunfo tiene
que pasar necesariamente por la cruz, me enseña que Cristo es lo único que
importa y que yo seré definitivamente feliz en mi vida si hago de Cristo la
opción única. Sea obispo, sea religiosa, sea laico, donde quiera que esté,
cualquiera sea mi camino, cualquiera sea la tarea concreta que tengo que
desarrollar, lo único que importa en definitiva es Cristo.
En segundo lugar, el ramo, la palma, que yo llevo en
la mano, lo llevaré después a casa, lo pondré en mi habitación, como un signo
de la bendición y de la protección particular del Señor. Recordaré que Dios
está allí, que Dios viene conmigo, viene a mi tarea cotidiana, viene a mi casa,
viene a mi familia, viene a mi problema para iluminarlo, viene a mi cruz para
serenarla, viene a mi alegría para equilibrarla, viene a mi vida para darle
sentido. Es un signo de la protección del Señor. Un signo de que Dios está. Y
que Dios no está como huésped ausente sino como Padre que interviene, guía,
conduce. Es un signo de tranquilidad, de seguridad, no de pasividad como
descargándole toda la cosa a Dios, pero sí como un signo de que Dios está.
Entonces, el ramo significa sencillamente eso: por un
lado, que nosotros cantamos el triunfo de Cristo, lo acompañamos como Rey que
es, pero al mismo tiempo decimos: Cristo es lo único que importa, y mi vida no
tiene sentido donde quiera que esté si no es centrada en Cristo. Y, en segundo
lugar, lo llevo a mi habitación, o a mi casa, y este ramo me asegura una
protección, una bendición muy especial de Dios Padre de Misericordia.
Eso celebramos hoy. Pero al mismo tiempo con este
Domingo de Ramos entramos en la semana verdaderamente santa del año que
culminará la gran noche de la Vigilia Pascual. Todo está encaminado a vivir el
gozo profundo de la Vigilia Pascual. ¿Qué pasará en esa noche de la Vigilia
Pascual? Una luz nueva, un agua nueva, un pan nuevo, el Cristo Resucitado,
Hombre nuevo, pero sobre todo yo tendré que ser en Cristo Jesús nuevo. Yo
tendré que nacer de nuevo, tendrá que nacer en mí una luz nueva, una luz de fe,
una luz de esperanza, una luz de amor. Fe luminosa para descubrir a Cristo que
sigue viviendo en la historia y en el rostro de mis hermanos. Esperanza
firmísima para saber que Jesús está conmigo hasta el final, que no tengo que
tener miedo y temblar y asustarme. Amor muy ardiente que me lleva a entregarme
en una actitud muy sencilla de servicio alegre a mis hermanos. Seremos hombres
nuevos si en nosotros la noche de la Vigilia Pascual habrá una fe más viva, una
esperanza más sólida y un amor más alegre y generoso.
Pero entonces, ¿cómo tengo que vivir yo esta semana
preparando la gran noche de la Vigilia Pascual? ¿Cómo tengo que hacer? Meterme
bien adentro de Cristo que en la oración glorifica al Padre, de Cristo que en
la cruz redime al mundo, de Cristo que da la vida por los demás. Es decir, una
actitud de mucho silencio y oración, una actitud de mucha alegría en la cruz y
una actitud de mucha generosidad en el amor, en la caridad.
Una actitud de mucho silencio en la oración. Hoy hemos
recordado la oración de Cristo en el huerto. Cristo ora muy brevemente pero muy
intensamente, con una conciencia muy filial: Padre, si es posible que pase
esto, pero si no es posible, que se haga tu voluntad, ante todo, que es lo
único que importa. ¡Qué oración más linda, más breve, más intensa, más filial,
más serenante! Padre, si es posible. Pero no se haga mi voluntad, no se haga mi
voluntad. Entonces esta semana vivirla más en clima de silencio y oración. Por
supuesto, seguirá la vida como siempre y habrá que ir al trabajo o habrá que
estar en casa o habrá que conversar con los demás, pero adentro tiene que haber
un silencio mucho más profundo para escuchar la palabra del Señor. Sobre todo,
¡qué lindo si todos los días leyéramos un trozo de la pasión de Jesús! Hoy la
hemos leído toda. ¡Qué bueno ir después recogiendo un trocito cada día de esta
Pasión de Jesús y meditarla y hacerla nuestra! Pero vivir en clima de oración.
Después meternos en la cruz y saborearla. ¡Qué bueno
es saborear el cáliz del Señor! Cada uno de nosotros tiene ciertamente un
sufrimiento, una cruz. Ciertamente. Si no nuestra vida sería demasiado vacía,
el Padre no nos habría configurado muy fuertemente a Jesús. Cada uno tiene una
cruz y esa cruz es muy fuerte aun cuando externamente para los que miran de
afuera sea una cosa superficial y fácil, para el que la está viviendo es
tremendamente aguda. Bueno, esta cruz mía es una partecita de la cruz verdadera
de Jesús, porque Jesús prolonga su Pasión en la historia, prolonga en mi cruz,
en el sufrimiento de mi hermano y en el dolor de la Iglesia: Cristo prolonga su
pasión.
Saborear esta cruz, pero con un sentido pascual. Que
la cruz no me oprima, que no me aplaste, que no me destruya. Saber que
solamente de la cruz brota la resurrección, la vida y la esperanza. Por
consiguiente, meternos en la cruz del Señor y saborear en silencio esta semana
el misterio de la muerte y de la cruz de Jesús, es vivir nuestra propia cruz
con un sentido pascual, con un sentido de esperanza. Tiene que haber mucho
recogimiento esta semana, pero nada de tristeza porque la tristeza en
definitiva no es cristiana. Puede haber un dolor muy hondo, pero todo tiene que
estar iluminado con la seguridad firmísima de la esperanza.
Y, por último, otro sentimiento con que tiene que ser
vivida esta semana es la entrega, o sea, Cristo se entrega. Hemos escuchado
cómo Cristo toma el pan, toma el vino y lo entrega y dice: esto es mi Cuerpo que
será entregado, esta es mi Sangre que será derramada. La Pasión de Jesús es una
entrega. ¡Qué bueno es darnos, darnos! Un sentido de entrega total a Dios,
nuestro Padre y a los hombres, nuestros hermanos. Es aquello de Jesús: no hay
amor más grande que el de aquel que da la vida, que el de aquel que se entrega.
Entonces, si queremos vivir esta Semana Santa bien, en
una actitud de entrega, de donación, de total muerte a nosotros mismos para dar
la vida, estos tres sentimientos:
V
silencio muy profundo
de oración,
V
saborear la cruz y
V
entregarnos de veras.
La tercera pregunta muy sencilla era: ¿qué significa
para mí la Pasión y cómo me puedo reconocer en alguno de los personajes?
Estamos acostumbrados o a mirar la Pasión como algo demasiado lejano o como
lago demasiado extraño que ocurrió… incluso cuando yo estaba leyendo recién la
Pasión pensaba: y esto ¿no será una novela, no será un cuento? No. Esto es
real. Todo esto pasó una vez hace dos mil años en tierras sencillas como las
nuestras, en la pobreza de Judea, en Palestina, en la tierra que ahora es
Tierra Santa porque la pisó Jesús. Allí vivió alguien que se llamó Jesús de
Nazaret, a quien los hombres crucificaron y el Padre le devolvió la vida y lo
hizo Señor para su gloria. Allí vivió también una sencilla mujer de pueblo, una
mujer que iba todos los días a sacar agua de la fuente y se llamó María. Todo
esto pasó. Y entonces yo me pregunto: esto pasó hace mucho, esto no es algo
extraño, esto pasó. Pero al mismo tiempo vuelve a pasar, o sea, esta Pasión vuelve
a prolongarse. Cristo sigue viviendo en la historia. Decía recién vive en mi
dolor, vive en el dolor de la Iglesia, vive en el sufrimiento de la historia,
en el sufrimiento de los hombres. ¿Qué significa para mí la Pasión?
¿Sencillamente ponerme a meditar y decir cómo padeció Jesús? ¿O descubrir a
este Jesús que sigue sufriendo en mi hermano, en mi hermana, en la Iglesia, en
los hombres, en mí? Y tengo que tener suficiente capacidad para descubrir a ese
Señor que sufre y entregarme de veras.
Pero yo tengo que reconocerme después en alguno de los
personajes de la Pasión. No sé si a todos se les habrá ocurrido como a mí
muchas veces: ¿y qué tal si yo hubiese vivido en tiempos de Jesús? Porque pudo
haber sido. ¿Qué tal si yo hubiese vivido en tiempos de Jesús? Y nos hubiese
gustado vivir en tiempos del Señor. Yo diría, nosotros no hemos elegido vivir
ahora o vivir entonces; eso fue designio de Dios. Pero lo que es certísimo es que,
si nosotros no hemos vivido con Él, Él vive con nosotros. Eso es certísimo. Él sigue
viviendo con nosotros. Pero, ¿qué tal si nosotros lo hubiésemos visto con
nuestros propios ojos de carne, hubiésemos conversado con Él, lo hubiésemos
visitado, ¿qué pasaría? ¿En cuál de los personajes nos ubicamos? ¿Seríamos
igual que María Santísima, nos encarnaríamos en María Magdalena, en María la
madre de Santiago y de Juan? ¿O nos encarnaríamos en la audacia de Pedro, aquel
a quien le faltó pobreza y desafió demasiado y después probó sus propios
límites y sus propias miserias? ¿Yo me reconocería -ciertamente que no- pero
podría también reconocerme en la fragilidad de Pilatos o en el espíritu
negativo de Judas? ¿En cuál de los personajes de la Pasión podría estar yo? ¿O
estaría sencillamente en todos los discípulos que todos dijeron: aunque todos te
dejen yo no -todos empezaron a decir- y todos cuando llegó el momento
dispararon? ¿En cuál de los personajes?
¿O tal vez el Señor me daría a mí el privilegio de ser
como Juan y el poder recostar mi cabeza en su costado?
No sé. Pero cada uno que tome la Pasión y que trate de
descubrir su postura.
Pero nuestra postura tiene que ser, en definitiva, una
sola. La postura de María. De María serena y fuerte al pie de la cruz, sin
aplastarse. Bien cerca. De María, bien dolorida, pero al mismo tiempo bien
serena. Y de María que a cada rato le vuelve a decir al Padre que sí: por eso
Jesús puede realizar el misterio de su muerte y de su resurrección.
Yo les deseo desde ya una Semana Santa muy fecunda,
extraordinariamente fecunda para que tengan una feliz Pascua, para que la noche
de la Sagrada Vigilia sea extraordinariamente luminosa para todos: para ustedes
y para mí y para toda la Iglesia y para todo el mundo. Que así sea.